Thursday, November 01, 2007

El maestro Chain

Por Jorge E. González Ayala

Lo conocí en 1991. Era mi maestro de piano en el Instituto Cardenal Miranda, a donde me había inscrito con la ilusión de aprender lo más posible de música y en especial de composición. Era también la primera vez que me sentaba frente a un piano, llegaba como muchos, guitarrista con formación roquera. Algo de solfeo y algo guitarra eran mis escasos conocimientos. Era yo todo juventud y todo entusiasmo. Él era bastante joven también, como treinta y dos años. Su nombre completo era Luis Armando Elías Chain, pianista, compositor y maestro. Proveniente de una familia de origen libanés, había estudiado algunos semestres de física en la facultad de ciencias, antes de cambiarse a la Escuela Nacional de Música. Ahí estudió piano con la mta. Consuleo Villalón y composición con el Mto. Rosado y el Mto. Jímenez Mabarak, todos ellos de muy avanzada edad, últimos sobrevivientes con Blas Galindo en aquél entonces, de la generación de oro de la música de concierto mexicana, previa a los años cincuenta.

Genio o loco, fue siempre tema entre sus alumnos. Sin lugar a dudas, era un apasionado de la música, a la que se entregaba de tiempo completo, sin restricciones. Recuerdo llegar a un frío salón en la parroquia de Sto. Domingo de Guzmán, en Mixcoac, a lado de la Universidad Panamericana. Tenía la primera clase de los lunes, a las 9 am de la mañana. Invariablemente se encontraba ya frente al piano, practicando, componiendo, repasando una y otra vez los arpegios de sus piezas, que conocía de memoria. Antes de entrar en calor con mi clase, que seguramente le entusiasmaba poco ya que a los dieciocho años difícilmente sería concertista o siquiera alcanzaría un nivel medio como instrumentista. Así me fui familiarizando con sus composiciones, muchas apenas en proceso de gestación. Piezas como su fantasía para orquesta titulada Chac, que haría llover en la sala en determinado momento y cuyo coro infantil lograría reproducir el canto de las ranas bajo la lluvia. Sus piezas para piano, entre ellas una que si llegamos a escuchar completa titulada Palestina, arpegios menores y disminuidos, tristes, que en sus palabras, evocaban el pesado paso del pueblo palestino exiliado a la fuerza de sus tierras.

Chain, como le llamábamos todos, se convirtió no sólo en mi maestro, se convirtió en un gran amigo e influencia. Mío y de buena parte de sus alumnos e incluso de quienes no tomaban clases con él. Tenía un peculiar punto de vista, radical e iluso, un último romántico perdido a finales del Siglo XX. Admiraba profundamente a Liszt, Bethoveen, Chopin, Chávez, pero por sobre todas las cosas a Silvestre Revueltas. Más que los sonidos nacionalistas (aunque Revueltas nunca perteneció a dicha corriente), creo que Chain se identificaba con la figura de Revueltas. Se sentía como el violinista de Santiago Papasquiaro, lejano a los reflectores, a la política cultural, a la vanidad y al ego. A la distancia creo que se sentía aislado. Tenía gran recelo por la música de vanguardia, aunque la conocía bien, incluso contaba de un curso en Estados Unidos con John Cage y gustaba mucho de Penderecki. Creía poco en los maestros que instruyeron a su generación, Mario Lavista, Julio Estrada y Federico Ibarra. Para él los Maestros Jímenez Mabarak, Rosado y la Mta. Villalón eran la única verdad en la enseñanza de nuestro país. Compartía con Revueltas también problemas de desordenes de personalidad (ahora que esta en boga decir que Silvestre sufría de trastorno bipolar, el Mto. Chaín también sufría de cambios drásticos y repentinos de humor), además de padecer también adicción, no al alcohol por cierto, a la cocaína y finalmente a la base o bazuko.

Nunca entró a concurso alguno ni aplicó para ninguna beca, tan de moda en aquellos años con un Conaculta en su apogeo. Veía en muchos de sus contemporáneos demasiada vanidad, lejana al purismo de lo que él consideraba arte. Sin embargo tenía un talento innegable, era un pianista de buen nivel y un obsesionado de la composición. Una y otra vez probaba en el piano sus ideas, inventaba escalas, teorías, dominaba diversas técnicas, desde el canon y fuga hasta las que se inventaba de la manga.

También era evidente que junto a su adicción, que como todas fue progresiva, iba de la mano un deterioro de su sano juicio. Nada de peligro, pero era inminente su paranoia. Hablaba de hombres grises que nos vigilaban y perseguían (ah, porque incluía a sus amigos y alumnos). Seres extraterrestres muy parecidos a los personajes grises de Michael Ende en su novela Momo. Sólo que estos no eran ladrones de tiempo, sino emisarios que pretendían evitar la evolución del hombre y nuestro ascenso a otra dimensión, que por otro lado era apoyada por otros extraterrestres, llamados seres de luz. Esas eran las teorías de Chaín. Podía estar uno platicando con él en la calle y si de repente se acercaba el paletero, te obligaba a retirarte bajo la aseveración de que nos vigilaba, de que pretendía evitar que encontráramos luz. Anécdotas como esas tuvimos todos mil, incluyendo la vez que me habló un domingo en la mañana (prohibitivo desde entonces en mis usos y costumbres), para decirme que debía ir a Teotihuacan porque iba despegar la pirámide, tal cual.

Pero más allá de lo anecdótico, era un músico consumado, un artista. El concierto que se ofreció con sus obras en la sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, dejó testimonio de su talento. Piezas para piano, voz, corno, ensambles de cámara. También la ópera Historia de una alma, que hizo bajo comisión de los Carmelitas sobre la vida y obra de Santa Teresita, y que quedó grabada por Sony Music (CDEC2 499186), a pesar de todas las partes narradas que insistió en incluir con la vana intención de llegar a las masas tipo radio novela. Pero la música en general es muy buena. Quedó mucha música inédita, en borradores, en su computadora. Recuerdo mi última visita a su casa, el teclado de la PC completamente borrado por el paso de sus dedos sudorosos y la ceniza de cigarro. Ahí me mostró un concierto para piano y orquesta en el que trabajaba. Queda pendiente la tarea de recuperar su archivo para digitalizarlo y no se pierda. Así como recuperar las escasas grabaciones e intentar estrenar sus obras, mayoritariamente inéditas. Sueño mayor, estrenar la ópera.

El 30 de octubre de 2004 falleció el Mto. Chaín. Yo estaba en una de las múltiples inauguraciones del bar que había montado en el centro histórico cuando me avisaron que lo estaban velando en el panteón francés. Un infarto fue el culpable durante la fiesta de muertos del Instituto Cardenal Miranda. Recordé que frecuentemente nos decía que moriría antes de cumplir los cincuenta años y en un reventón. Raro, porque era antisocial y raramente departía en las fiestas, aunque cuando lo hacía era con mucho gusto de disfrutar el cariño de sus alumnos. No me sorprendió cuando me lo dijeron. Cumplió su palabra. Los últimos años su salud se había deteriorado enormemente, un absceso de grasa gigante, común entre los adictos a fumar base, cubría su espalda como enorme joroba. Rengueaba, y a partir de la muerte de sus ancianos padres había decidido en señal de luto no cortarse el pelo ni la barba. Cuando visitaba los museos con sus alumnos no lo querían dejar entrar por su aspecto de indigente. Era una especie de Francisco Goitia del piano. También a partir de la muerte de sus padres creo que inició su pleno abandono personal. No paraba de fumar tabaco y bazuco, todos los días. Tampoco paraba de trabajar, su casa estaba llena de pizarrones atiborrados de notas, partituras tiradas por todas partes, ceniceros repletos. Esto y supongo la inmensa soledad que sentía en su alma, fueron allanando el camino para el infarto. Por último, cabe destacar al hombre noble, desinteresado, preocupado por sus familiares, amigos y alumnos. De él recibí lecciones de humildad, aprendí a rechazar la falsedad que nos obliga a convertirnos en hombres grises, envidiosos y mediocres. Esos eran los hombres grises de los que me hablaba, los que no soportan que uno tenga una llamita de luz y viven obsesionados con apagarnos. Descanse en paz maestro Chaín. Muchas gracias ¡Lo extrañamos!







Chain y yo