Saturday, April 21, 2007

Mi último suspiro

Memorias de Luis Buñuel

Por Jorge E. González Ayala

…a solas con mi dry-martini,

dudo de las ventajas del dinero

y de las ventajas de la cultura.

Luis Buñuel

Confiesa al inicio, que no es hombre de letras y sin embargo con la ayuda de Jean-Claude Carrière consigue un libro impresionante. No sólo por el fino anecdotario y la prosa impecable, sino por un sentido del humor provocativo, sin pelos en la lengua. Buñuel nos ofrece una visión del mundo y la vida iconoclasta, de gran fuerza en voz de un anciano que sabía le quedaban poco años por contar.

Yo confieso no ser hombre de cine, es más lo que he leído de Buñuel que lo que he visto. Sin embargo Los Olvidados es hasta la fecha una mis películas favoritas. La sordidez, la realidad descarnada y libre de moralinas (tan mexicanas) o de panfletos dizque subversivos. Las escenas pesadillescas son escalofriantes, sin efectos especiales, sin escatologías, sólo la visionaria técnica de un hombre metódico pero pleno de fantasía y sobretodo, deseoso de hacer lo que se le pegaba la gana. Así es Buñuel, un espíritu libre en todo el sentido de la palabra.

Hombre de su época, además de su genio, vivió momentos decisivos como la guerra civil española y el surrealismo, junto a los pocos protagonistas que estaban a su altura.

Finalmente lo que hace exquisita la lectura de estas memorias, es que la vida de Buñuel fue auténticamente de novela. Imaginemos al joven Buñuel en una casa de estudiantes en Madrid, ¿quiénes eran sus amigos? Ni más ni menos que Federico García Lorca y Salvador Dalí. Nada más. Con este último, siendo apenas unos jovencitos encantados por el entonces reciente séptimo arte, escriben un guión bajo una sola premisa: no aceptar idea ni imagen alguna que pudiera dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural. Filmada con el dinero que le prestó su madre, la mitad del presupuesto se fue en borracheras y burdeles. Así nació El perro andaluz. Dando como resultado un gigantesco escándalo y la integración de ambos al movimiento surrealista como las grandes estrellas de la provocación.

Pero no sólo estuvo siempre en el lugar y momento correctos. Buñuel fue un hombre de gran suerte y entrañables amigos. Para su segunda película un amigo anarquista, Ramón Acín, le prometió que si se sacaba la lotería, financiaría el proyecto. A los pocos días, el anarquista se gana un premio lo suficientemente bueno para filmar y cumple su palabra. Durante la guerra su amigo fue fusilado por los franquistas y años después Buñuel le paga el dinero a su familia.

Exiliado, recorre el mundo; Paris, Nueva York, Los Angeles y México son parte de su cotidianeidad, a pesar de que le disgustaba viajar. En cada una de estas ciudades tenía lugares a los que siempre recurría para sentirse en casa, bares, hoteles, burlesques, casas de amigos. Amigo de Chaplin, Hitchcock, Gabriel Figueroa, Bretón, Alberti, fue creador de imágenes tan socorridas después como la de Cristo riendo a carcajadas o frases como “Ateo gracias a Dios”.

Muchas de sus películas fueron prohibidas tanto en Europa como en América, algunas hasta por cincuenta años. Amenazas e insultos fueron costumbre en cada uno de sus estrenos. Ni con Dios ni con el Diablo, tanto la derecha lo condenaban de ateo, perverso y monstruo como la izquierda de pequeño burgués y falto de compromiso revolucionario. La verdad es que a Buñuel no le importaba más que su propia opinión, y en tanto él estuviera bien consigo mismo y tuviera un martini en la mano, lo demás era secundario.

Su ironía y capacidad de ser congruente hasta en sus más descabelladas ideas, lo hacen un personaje entrañable.

Hoy en día que en México que Sergio Witz está encarcelado (¿dónde están los abajo firmantes para defenderlo?) por hacer sátira del himno nacional, hace falta Buñuel, capaz de declarar que volaría en pedazos el Guernica (que él mismo ayudó a colgar), de no ser por ya estar muy viejo para estar poniendo bombas. Conoció y detestó en persona a Picasso y a Borges, nunca tuvo reparo en decirlo. Nada es sagrado es la lección.

Personalmente, cómo no sentirme identificado con alguien que al momento de hablar acerca sobre los que se toman muy en serio a si mismos declara que un día lo llevan al Centro de Capacitación Cinematogáfica de México, del que lo nombran presidente honorario. Le presentan entre cuatro o cinco profesores. Le pregunta a uno qué enseña. Semiología de la imagen clónica, le responde. “Lo hubiera asesinado”, rememora Luis Buñuel. Con gusto yo le hubiera dado el cuchillo.